La culpa es una emoción que de alguna manera está implícita en las madres. Las mujeres hemos crecido en una sociedad que nos ha asociado el papel de cuidadoras, sin elección, y sin que esos cuidados tengan ningún valor. Por excelencia la mujer siempre ha sido la que cuida. A sus hermanos más pequeños, a su madre o a su padre cuando son mayores y por su puesto a sus hijos, poniendo por delante las necesidades de todos ellos a las suyas propias porque es lo que se espera de ella.
De esta manera, la mujer, y refiriéndome más concretamente a las madres, atendemos los cuidados de nuestras criaturas hasta el punto de desdibujarnos a nosotras mismas, de olvidarnos de nuestras propias necesidades, porque las vamos dejando detrás, ya que además de ser cuidadoras, pretendemos ser superwomans y llevar mil y una cosa más para adelante.
Cualquier persona que no se encuentre atendida, con sus necesidades no cubiertas, no mirada y no tenida en cuenta, lo que siente es malestar. Y en el caso de las madres, un malestar que vamos acumulando en nuestras mochilas, que ya venían bien cargadas antes de nuestras maternidades, y que ahora se les suma el peso de una crianza en solitario, sin comunidad, sin sostén, al vernos sumergidas en una sociedad individualista.
Antiguamente, dicen las abuelas, se criaba en tribu, en comunidad. La crianza se compartía con las vecinas, las madres, las hermanas. Esos cuidados a los que ahora nos enfrentamos muchas en solitario, se compartían, encontrando ahí este sostén.
Ahora, el foco de los cuidados sigue estando en las madres, y cuando la crianza no se comparte, pesa. Pesa porque los humanos somos seres sociales, interdependientes, y nos necesitamos unos a otros para vivir. Y cuando estas circunstancias no se dan, y nos encontramos criando solas, el cansancio, el agotamiento y la frustración llegan, y acabamos expresándolo siempre de alguna manera, explotando muchas veces cuando no podemos más, y cargando nuestro malestar con la persona menos indicada, que muchas veces, son nuestros hijos. El removidón emocional aquí es enorme, y ante esto, cuanto menos siento, es culpa.
La culpa, como ya conoces, es una emoción muy oscura, que nos bloquea, nos atrapa en un bucle del que cuesta trabajo salir, porque nos hace sentir mucho malestar, que de nuevo expresamos la mayoría de las veces como y cuando no queremos, y ante esta mala gestión, vuelvo a sentirme culpable, y vuelta a empezar.
¿Te suena esto?
A mi mucho, me he vivido ahí muchas veces, y por eso sé, que, para poner remedio a esto, necesito mirarme, atenderme. Para cuidar a mis hijos, necesito cuidarme yo.
Por eso quiero compartir contigo tres recursos imprescindibles que te faciliten la conexión contigo misma, que te ayuden a parar, a mirarte y a darte cuenta de tu necesidad para poder atenderla.
- El primero de ellos es atender nuestra respiración. Esto a priori puede parecer muy sencillo, pero es algo que se nos olvida.
La respiración en una herramienta que nos lleva directas al presente, a nuestro aquí y nuestro ahora. Y si no estoy conectada con mi presente, difícilmente podré gestionar cualquier situación de una forma amable.
Respirar profundamente nos va a permitir oxigenar nuestro cerebro y bajar nuestro nivel de nerviosismo, estrés o ansiedad. Nos va a conectar directamente con la calma, permitiéndonos sentirla antes de actuar de manera impulsiva.
Así que te invito a que pares y conectes con tu respiración, que la sientas como un anclaje a ti misma, un puerto seguro al que puedes ir cada vez que lo necesites.
- Lo segundo que te propongo es parar para mirar hacia dentro.
No estamos acostumbradas a parar. Solemos ir en automático, llevando para delante muchas cosas a la vez. ¿Cuántas veces te has visto cocinando y jugando con tu hijo al mismo tiempo?
Nos dejamos arrastrar por un ritmo frenético, una rutina que nos consume y nos hace caminar muy rápido sin darnos cuenta de que lo que nos dejamos detrás es a nosotras mismas y nuestras necesidades.
Por eso te invito a parar y revisarte, parar y mirar cuál está siendo tu necesidad en ese momento. Para ello puedes utilizar una alarma cada cierto tiempo (cada hora, por ejemplo) al principio, de manera que cuando suene, vas a parar lo que estés haciendo en ese momento para mirar hacia ti y preguntarte qué estás necesitando. Para atender nuestras necesidades lo principal es tomar conciencia de que las tenemos.
- Y por último lo que te propongo es que pongas atención al cuerpo.
El cuerpo habla, y para conocernos, es vital que lo escuchemos. Nuestras emociones se manifiestan en nuestro cuerpo, en sus diversas partes, y esto nos puede resultar muy útil para identificar cuáles son nuestros impulsos y nuestras reacciones ante determinadas situaciones, y poder anteponernos.
Si no prestamos atención a nuestro cuerpo, este nos hablará cada vez más fuerte, bloqueando esas emociones si no las atendemos y las liberamos, y manifestándolas en forma de tensiones, dolores y malestares.
Por ello te propongo que atiendas a tu cuerpo, identifica en qué parte estás sintiendo la emoción que sea y dale el espacio. Puede ayudarte imaginártela, ponerle una forma, un tamaño, un color e incluso una temperatura. Cuando la tengas ubicada, simplemente siéntela, y pregúntate qué puede estar diciéndote.
La práctica constante de estos tres recursos puede ayudarte a sentirte más conectada contigo misma y tus necesidades. Es vital que pongamos el foco en nosotras, en nuestras necesidades y nuestros cuidados, porque el cómo estemos va a repercutir directamente en el cuidado de nuestros hijos, por eso poner nuestras necesidades en el centro es un acto de amor para ambos.