Nacemos como un diamante en bruto, y a medida que vamos creciendo, ese diamante se va puliendo con nuestras experiencias vitales, experiencias que marcarán nuestra vida, la formación de nuestra personalidad y nuestro carácter.
He aprendido que somos el resultado de nuestra carga genética y nuestras interacciones sociales en nuestra infancia. El cómo me relaciono con los demás y los demás conmigo irán determinando en parte la formación de mi personalidad, me irán modelando poco a poco y formando mi personaje, mi máscara, mis gafas ante la vida.
Somos seres sociales, desde que nacemos necesitamos esa interacción, ese contacto, el piel con piel con mamá, su cuerpo como alimento, como refugio, como protección. Es cuestión de supervivencia. Por eso desde que nacemos, por pura supervivencia, empezamos a modelarnos, y no solo mamá se adaptará a la demanda y necesidades de la nueva criatura, está también lo hará a las de su madre.
Así, vamos creciendo, nos vamos desarrollando sabiendo que la presencia de nuestra madre es vital, tanto física como emocional, y si hay dexconexion haremos lo que sea necesario para conseguirla, lo que sea.
Algunos se vuelven exigentes ante los ojos de mamá, demandantes, revoltosos, desafiantes o como quieran llamarles. Muestran un grito desesperado, haciendo uso de sus recursos para decir «estoy aquí!!»
Otros se alinean convirtiéndose en «niños perfectos» , tranquilos, correctos. Si soy como mamá quiere que sea todo está bien, me alaban, me felicitan.
Las dos caras de la moneda, las mismas necesidades pedidas de diferente manera.
Y qué pasa cuando tomamos conciencia???Que nos liberamos, que nos damos cuenta de que no somos ese personaje creado para poder sobrevivir, que somos mucho más que eso…
Y podemos responsabilizarnos de nosotras mismas y decidir a día de hoy que hacer con todo ello.