El autocuidado está de moda. Ahora se hace mucho hincapié en este concepto.
El autocuidado es como parte de la “receta” que te mandan cuando el nivel de estrés está disparado y tu sientes que no puedes más. Una de las claves: cuidarse.
Cuidarse es muy importante, mucho, pero no puede convertirse en una obligación. No puede convertirse en otro “tengo que” sumado a la larga lista que nos imponemos, o que de alguna manera se nos impone.
El autocuidado no puede ser objeto de culpa, porque resulta que hoy no me di mis diez minutos de meditación, mi ducha sola, mi tiempo para salir a pasear o llevo posponiendo una semana ir a la peluquería.
Creo que el concepto de cuidarse para cuidar está calando cada vez más, y esto es algo fabuloso, siempre y cuando esos cuidados que me doy a mí misma no supongan un motivo de frustración porque veo que, por momentos, no estoy cumpliendo con ellos, y esto entonces me conecta con lo mal que lo estoy haciendo.
Por eso quiero rescatar lo que para mí significa autocuidado, y darle otro matiz más profundo, que va mucho más allá de una posible acción.
Autocuidado es la mirada que yo tengo hacia mí misma. El cómo me miro, cómo me trato. Y aquí quiero lanzar unas preguntas de reflexión.
¿Me trato con amor? ¿Soy comprensiva conmigo misma cuando me equivoco, o por el contrario “saco el látigo” de la culpa? ¿Cómo me hablo? ¿Qué discurso tengo de mí misma? ¿Escucho mis necesidades? ¿Las priorizo y las atiendo, o me voy dejando siempre en el último lugar?
Yo siento el autocuidado como elegirme, poner mis necesidades en el centro y darles ese espacio, nombrarlas, validarlas, y hacer algo por mí, independientemente de si puedo satisfacerlas o no.
Habrá veces que mi necesidad esté relacionada con una acción, como irme a dar ese paseo sola, y habrá veces que mi necesidad simplemente pase por escucharme, permitirme estar triste o enfadada y llorar. Y esto, amigas, también es autocuidado.
Porque no se trata de ser superwoman y llegar a todo, se trata de poner conciencia en cómo estoy viviendo. En qué concepto tengo de mí misma. Se trata de mirarme con amor, con compasión. Se trata de permitirme.
¡PERMITIRME! Que sencillo parece, ¿verdad?
¿Como no me voy a permitir yo a mí misma? Soy adulta, ahora soy yo quien toma las decisiones de mi vida y no tengo que obedecer a nadie cual niña pequeña.
Esto podemos pensar, y a priori es así, pero lo cierto es que muchísimas veces buscamos ese permiso externamente.
En ocasiones, seguimos ancladas a esa niña que fuimos, cuyo anhelo era ser mirada, escuchada y amada por sus seres de referencia, normalmente mamá y papá. Esa niña complaciente, cuyas acciones estaban ligadas al permiso de los adultos, haciendo lo que se esperaba de ella para así poder ser aceptada y querida.
Y ahora, de adultas, nos cuesta mucho ese permiso, porque precisamente crecimos pendientes del permiso de los demás, y nos sentimos merecedoras en la medida en que los demás puedan valorarnos.
Así que, seguimos poniendo ese permiso en lo externo, como hacíamos con mamá y con papá para ser miradas. Y ahora lo externo, se ha transformado, y puede ser mi pareja, mi empresa, mi grupo de amigos, mi madre aun siendo adulta, o incluso mis hijos.
Y como esto fue lo que aprendimos como mecanismo de supervivencia, ahora no somos capaces de darnos ese permiso sin sentir esa culpa que nos aprieta, si lo hacemos. Porque no nos sentimos merecedoras de darnos todo ese amor, sin condiciones.
Esto nos resulta duro cuando tomamos conciencia de ello, pero la buena noticia, es que ahora, siendo adulta, te tienes a ti. Ahora puedes hacerte cargo de ti misma, puedes colocarte en la responsabilidad y coger las riendas de tu vida.
Y permitirte lo que necesites.
Y aquí da igual que me permita irme de cena con mis amigas o ponerles la tele a mis hijos para disfrutar de ese silencio que tanto anhelo. No es el hecho en sí, sino desde dónde lo hago. Aquí lo importante es que me escucho, me veo, me elijo y hago algo por mí.
Miro de frente mi necesidad. La veo, la nombro, la satisfago. Y si no puedo satisfacerla al momento porque resulta que tengo un bebe pegado que, si se despega de su madre no para de llorar, o no tengo quien me cuide a los niños, o cualquier otro ejemplo, nombro esa necesidad. La saco de mí, le doy un espacio. La miro. Me miro. Y en ese mirarla, en ese mirarme, me estoy eligiendo, me estoy validando.
Autocuidado es no culparme una y mil veces porque he cometido un fallo. Es reconocerme humana, con mis luces y mis sombras, y saber que unas veces lo hago mejor que otras, que voy a cagarla muchas veces más y que puedo volver a intentarlo. Puedo tachar esa culpa, elegir ser responsable y seguir adelante.
Autocuidado es poner límites, saber hasta dónde soy capaz, elegir que quiero y que no quiero. Respetar mis ritmos. Y en esos límites, me cuido, me contengo, me sostengo.
Por eso, quiero recalcar la importancia del autocuidado en la relación con una misma. Esa relación en la que me comprometo conmigo, me acepto y me cuido porque ME LO MEREZCO. Sin culpa. Sin excusas.
Y así, solo así, es cuando puedo integrar eso de “me cuido y te cuido”. Porque de otra manera, por muchos caprichos que me dé, por mucho tiempo que me dedique, si no soy capaz de hacerlo desde esa mirada amorosa hacia mí misma, voy a conectar con la culpa. Y la culpa me produce mucho malestar y frustración, y me desconecta de mí misma, y por consiguiente, de los que me rodean.