Son las cinco de la tarde. Dos niños corretean en el parque, rodeando todo el rato el banco donde están sentados sus padres. A veces se alejan hasta una zona de césped. Se empujan. Se tiran arena. Ríen y también lloran. Disfrutan. Pelean. Sus padres les van observando. A veces les llaman la atención cuando perciben conflicto entre ellos. «No os tiréis arena» «no os empujéis» «no os peleéis»… Así transcurre el tiempo.
De repente, uno de los niños cae al suelo y empieza a llorar. Sus padres no saben muy bien que ha pasado, y entre llantos, el pequeño explica como puede,que su hermano le ha tirado una piedra en la cabeza. La madre lo coge en brazos en seguida, asustada, empieza a examinar al pequeño y a tratar de calmarlo. El padre, envuelto en rabia, coge al otro niño del brazo, e intenta llevarlo a otro sitio. No sabe muy bien que hacer. Su enfado le puede. Se aleja del sitio donde están. Lo lleva agarrado del brazo, y el niño va llorando. La madre trata de calmar al niño que está con ella, que no para de llorar, y sigue examinado que no tenga ninguna herida en la cabeza.
En medio de toda esta vorágine de emociones, un hombre empieza a gritar. «No le hagas eso a tu hijo!! , Déjalo en paz. Castígalo, pero no lo agarres así del brazo»
El padre se queda blanco. La madre se gira, sin entender muy bien que está pasando.
El dedo acusador. Sigue criticando a ese padre y a esa madre. Grita en medio de todos. Juzga. Recrimina. Dice que le duele lo que están viendo sus ojos. Pero no ayuda.
Como si no fuera bastante la culpa que se siente al coger a tu hijo del brazo.
Como si no doliera bastante el llanto de esos niños.
Como si no fuera tan enorme el dolor al ver como un hijo hace daño al otro.
Y por si fuera poco todo eso, hay una voz que no para de gritar lo mal que lo estás haciendo. Delante de todos. Y ese padre, cuan niño pequeño asustado ante los reproches del maestro en la escuela, o las riñas de su propio padre en la calle, intenta defenderse y justificar su acción.
Y no. No tiene justificación. No hay motivo para justificar un acto violento. No lo hay.
Y estamos tan heridos, que necesitamos correr un tupido velo y normalizar esa situación. Y estamos tan heridos, que el cachete a tiempo es una forma de educar a nuestros hijos. Y estamos tan heridos, que, tristemente no sabemos hacerlo de otra manera.
Así que si te duele lo que ven tus ojos, no juzgues, ayuda. Ayuda a ese padre a conectar de nuevo y darse cuenta de que esa no es la manera. Ayuda a esa madre a gestionar la situación. Ayuda con tu ejemplo. Ayuda con tu respeto. Ayuda con el no juicio, con tu empatía. Porque el juicio solo hará que ese padre tenga mas rabia, mas miedo. Pero no ayudará a que la situación sea de otra manera. No ayudará a que la próxima vez, y la siguiente, esos padres puedan pararse e intentar hacerlo de otra forma. Tampoco ayudara a aliviar el dolor de esos niños.
Ayuda con tu ejemplo. Ayuda con tu respeto. Ayuda con el no juicio, con tu empatía.
Dile a ese padre y a esa madre lo que te gustaría que te dijeran a ti si alguna vez te ves en esa situación.
Porque otra crianza y otra educación es posible. Porque otra vida, vacía de miedo, es posible.
Actúa tú cómo desearías que actuara el mundo.